Entrar a la cocina con uniforme de punta en blanco, afilar
el cuchillo con una chaira y recibir la indicación del chef para preparar un
plato, hasta hace menos de una semana pareciera la práctica más extraña para mi
vida, pero una vez iniciado el recorrido de estudio en el Instituto Culinario y
Turístico del Caribe esta entrada se
convierte en un ritual cotidiano para el oficiante de cocina.
En una semana de estudio cada día ha sido el espacio
propicio para tomar conciencia de algo tan cotidiano como comer, pero sobretodo
ha abierto el camino hacia el redescubrimiento de sabores y despertar de los
sentidos.
En el mundo de la cocina todo tiene sus reglas y sus códigos,
con el miedo particular de quien está comenzando, voy a mis primeras clases y
me prometo no olvidar revisar el gas al entrar y salir de la cocina, encender
los pilotos al llegar, recordar punto de gas y electricidad si presencio una
emergencia. Me digo que pondré todo el
esfuerzo para recordar decir “Voy” cuando me mueva por la cocina con algo
caliente en las manos, nunca dejaré el cuchillo en el lavandín, caminaré con el
cuchillo hacia abajo y con el filo hacia adentro, recordaré siempre que soy
parte de un equipo que requiere disciplina para lograr sus objetivos.
Un nuevo mundo me
dice que necesariamente debo desaprender, redescubrir el sabor del alimento,
tengo que abrir los sentidos, recuperar la virginidad de la niñez para
reconocer cada bocado con la honestidad de quien empieza a vivir.
Una semana y ya han ocurrido varias cosas que transformaron
mi día a día. La primera de ellas, una visita al Mercado de Conejeros con la
guía del Chef Sumito Estévez, decidido a mostrarnos las cosas que preferimos no
ver. Así el martes 14 de enero recorrí
el Mercado de Conejeros con la ansiedad de quien pisa por primera vez un
espacio. Nos detuvimos en el detalle y reconocimos el tomate de árbol, el
fruncido del merey, el cambur titiaro, manzano y la castaña o pepepán, entre
otras cosas.
El miércoles una clase de técnica de cocción logró hacerme
romper ciertos paradigmas, ¿cambur rostizado?,¿ brócoli deshidratado? nunca los
había comido de esa forma. Sin embargo,
con la guía del Chef Edgar experimentamos diversas técnicas de cocción de los
vegetales y con mi equipo grillamos, deshidratamos y rostizamos papa, pimentón,
berenjena, brócoli y cebolla. Mientras el resto de los compañeros frieron,
blanquearon y hornearon. Al final probamos todos los modos. La cebolla, encantadora en todas sus formas.
Un poco dulce cuando se cocina y en algunos casos crujientes. La berenjena con
tantos sabores como formas de prepararla; pareciera que se reinventa con el
fuego. El pimentón no sé cómo describirlo, pero puedo decir que como más me
sedujo fue rostizado. La papa preferiblemente frita.
Después de este experimento degustamos grosella, castaña,
merey, tomate de árbol, pepino de monte, pomalaca y chimbombó. ¡Chimbombó!, al
fin lo probé, descubrí que crudo es menos baboso que cocido y el sabor me
parece menos desagradable.
El jueves nuestro experimento cobró forma y se transformó en
una lasaña con salsa bechamel . Novedosa
por la forma de preparar la bechamel, con fondo oscuro de vegetales, y porque
en vez de carne tenía vegetales, cortados en distintas formas, pues tenía
cortes brunoise, juliana, batonnet, mirepoix. En otro momento practicaremos
el alumet y chifoned . Más adelante el rallado y la
tajada.
El sábado practiqué en casa y preparé mi propia lasaña.
Nunca olvidaré que tras superar la
cebolla, unos “simples” dados de tomate se
acompañaron de un pedacito de mi irreverente dedo pulgar izquierdo, que salió
de la protección del índice. Primera cortada. Historia por empezar…
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