El festín de
Babette, lo sublime del sabor.
¿Puede la cocina
cambiar los dogmas de una sociedad?, ¿puede una cena transformar el estado de ánimo colectivo? Definitivamente
sí. Esto es posible afirmarlo después de ver
la película danesa El Festín de Babette (1987), del director Gabriel Axel , donde la cocinera Babette se devela como una artista, quien ofrece una cena francesa que roza lo sublime
y evidencia cómo la gastronomía es un arte, cuyos artistas enriquecen el espíritu con sus
obras y logran seducir a todo el que los
rodea, sin distingo de clases sociales
ni condiciones raciales.
El festín de
Babette relata la historia de dos
hermanas danesas, Filipa y Martine, que viven en un lejano pueblo de Dinamarca.
Son hijas del Pastor del pueblo y crecen
bajo estrictas normas determinadas por el pecado y el temor a Dios. Éstas les
impiden enamorarse y crear vidas propias. Así, en su juventud una de las hermanas pierde el amor de un militar que
visita al pueblo y la otra lucha contra
sus propias cualidades para el canto, pues por temor se retira de las clases que le da Papa,
un profesional de la ópera que pasa una
temporada en el pueblo y se enamora de su belleza y talento.
Mucho tiempo después de la muerte del padre,
en medio de una tormenta nocturna, las hermanas reciben a una mujer francesa, Babette. Ella
entrega una carta de Papa, donde explica que perdió a sus familiares en Francia
y viaja a este pueblo con la única esperanza de salvarse. Es así como empieza a trabajar como cocinera y encargada
de los oficios de la casa de las hermanas Martina y Filipa de forma gratuita.
Después de 14
años de cocinar para las hermanas y los
miembros de la congregación a quienes ellas ayudan con obras de caridad,
Babette recibe una carta de Francia en
la cual le indican que ha ganado un
Premio y es dueña de 10 mil francos.
Temen entonces las hermanas su
partida, pero se resignan a los designios de Dios y continúan sus planes de
celebración del centenario del natalicio de su padre, el pastor; pese a la
desunión y el permanente conflicto que caracteriza a los pocos ancianos que se
mantienen en la congregación.
A pocos días de
la noticia del premio, Babette pide a las hermanas permitirles
ofrecer una cena francesa en honor al centenario del Pastor. Después de
insistir ellas aceptan y así la cocinera empieza los estrictos preparativos de
la cena ante la sorpresa y el miedo de las hermanas, que se sienten pecadoras
porque comerán lo desconocido.
Tras recibir su
encargo enviado desde Francia, Babette prepara su cena y sorprende a los
invitados con sopa de tortuga con licor dulce, crepes con champaña, sarcófago
de codorniz con vino tinto, ensalada, pan afrutado con jerez y agua y bandeja de frutas con agua y champaña. Pese
a que la congregación ha prometido no alagar la comida por ser pecado; la magia del servicio , la comida, el amor y generosidad con los que han sido
preparados, unido a la guía magistral que hace de la cena el General enamorado,
convierten la celebración en una majestuoso festín que transforma a sus
comensales.
La cena cambia
las emociones de todos, los bravos se alegran, los asustados pierden el miedo,
los rencorosos se piden disculpa y perdonan, los enamorados se profesan amor y en
colectivo dan cuenta de que todo es
posible, sólo basta la disposición para creer y crear, el talento y la disciplina para
hacerlo. Mayor lección ofrece Babette cuando reconoce su oficio de cocinera
como un arte, donde el dinero es lo menos importante. Con
su agradecimiento, generosidad y cocina ha transformado la vida de Martina y
Filipa y se ha salvado ella misma para siempre.
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