jueves, 5 de junio de 2014

Piñonate de Fuentidueño, dulce insular al alcance de todos





“Cómpreme el piñonate, que sabrosito, que rico está.
Cómprelo en Fuentidueño, cómalo ahora que es de San Juan”.


El domingo 18 de mayo pude presenciar el proceso completo de elaboración del Piñonate, dulce tradicional y endógeno margariteño que resguardan como un tesoro los pobladores de Fuentidueño, en el municipio Díaz, porque es allí donde, según relatan, desde los tiempos de la colonia crearon una especie de turrón de lechosa, azúcar y papelón que enorgullece a todos los neoespartanos.

Es común para residentes y visitantes encontrar el Piñonate envuelto en su cachipo de plátano en distintos lugares de la Isla de Margarita, sin embargo, resulta verdaderamente difícil ser testigo de su elaboración, porque se hace durante la madrugada y es una labor que recae, en la mayoría de los casos,  sobre los hombres de la familia.

Desde niños los habitantes de Fuentidueño se relacionan con el Piñonate y muchas de las  familias de allí convierten su elaboración y venta en un dulce oficio de vida, aprendido de generación en generación, fundamental para la manutención de la casa.  

Los Villarroel son una de esas familias de Fuentidueño que por mucho tiempo se dedicaron a la fabricación y venta del piñonate. Diógenes, Mario, Epifanio, Ernesto y Maria Saturnina Villarroel  crecieron viendo a su padre hacerlo. Durante años participaron en el rallado, fondeado, el paleo y la envoltura y según explican, después de cumplir su misión, dedicaron sus vidas a otros oficios y disciplinas. Para  honrar la memoria de su padre y de uno de sus hermanos crearon el Festival del Piñonate en la población de Fuentidueño, y una vez al año abren las puertas de su casa a las 5:00 am para mostrar a la comunidad la forma tradicional de prepararlo y con la participación de otros dulceros de la comunidad y la alcaldía del municipio convierten a Fuentidueño en el epicentro de una fiesta donde reina el piñonate, acompañado del besito de coco, el dulce de lechosa, la jalea de mango, la mermelada de mamey, la conserva, dulce de batata o chaco, entre otros. Dulce sabores, que no empalagan.

Esta fiesta de la lechosa y papelón empieza a las cinco de la mañana con el encendido de la leña en el fogón de creación popular que data de hace más de 90 años. Previamente, han rallado y exprimido la lechosa, hasta convertirla en una especie de “tusa”.

Cuando el fuego está ardiendo fuerte y valiente, Diógenes o Mario preparan la fondeada. Para ello utilizan un gran caldero de hierro de  un metro de diámetro aproximadamente, colocan  50 kilos de  azúcar, 6 panelas de papelón y agua. Hacen un melao que será la base del piñonate y a este proceso denominan fondeado.

Una vez listo, agregan la concha de naranja rallada y seguidamente los 50 kilos de la lechosa rallada y exprimida. A partir de este momento comienzan a darle paleta ante los ojos de todos los asistentes, quienes se acercan al caldero, curiosos y con ganas de ayudar, pero rápidamente se alejan con los ojos ardidos por el humo de la leña que hace llorar hasta al más valiente. A los niños pequeños como mi hija Paula Alegría no los dejan pasar al fogón en ese momento porque  “es bravo”.

Después de una hora de estar dándole paleta al piñonate, la ferocidad del fuego se reduce  y las personas se acercan con tranquilidad e incluso pueden darle paleta al dulce que requiere ser removido constantemente. Esto se convierte en un juego en el que los Villarroel son los anfitriones y quienes establecen las normas de cómo movernos alrededor de ese caldero gigante que quema y durísimo.

Tres horas después, con la ayuda de varios Villarroel, levantan el caldero y vierten en un caldero frío el dulce que ya está en el punto exacto para comenzar a enfriarse. En su nueva olla le espera una nueva ronda de paleta. Ahora es un paleteo necesario para que reduzca su temperatura y se pueda extender en la mesa para el secado.
Una hora de paleta constante es suficiente y luego, con ayuda de una totuma y las manos mojadas se va colocando sobre una mesa de madera, que ha sido previamente mojada con agua fría. Allí se extiende el dulce de piñonate, colocando a los lados paletas de madera para evitar que se derrame y garantizar que quede correctamente liso y armado el rectángulo de “dulce de lechosa” que después de tres horas se cortará y  será cientos de piñonate.

Mientras se enfría, los Villarroel comparten con el público  vasitos de dulce aún caliente para que todos probemos el tesoro que ellos resguardan. Ante la constante pregunta de los visitantes sobre la presencia de la piña en el dulce, explican que el piñonate original no lleva piña; se hace con lechosa, azúcar, papelón y ralladura de naranja.

Después de tres horas, aproximadamente, el piñonate se enfría y se corta según el tamaño deseado y cuando está totalmente frío se envuelve en cachipo de plátano y se convierte en un perfecto dulce margariteño que también es ingrediente para nuevas recetas.

El piñonate resultante es obsequiado entre el público, en agradecimiento por haber asistido al Festival del Piñonate, confiando en que cada uno será un nuevo orgulloso promotor del  dulce margariteño. Los visitantes agradecidos recorren el paseo donde otras familias de Fuentidueño ofertan sus dulces y entonces compran besitos de cocos, conservas, mermeladas de guayaba, de mamey,  más piñonate, ponquecitos, mientras  escuchan y tararean  “Cómprame el piñonate” del eterno Francisco Mata, en la voz de Lucienne Sanabria o Auraelena Cabrera.   
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