La sal de la vida es el amor.
Oculto o notorio, así como en la comida, es fundamental para el equilibrio y la armonía en
el recorrido transitado por cada ser humano. En la película La sal de la vida (Tassos Boulmetis. 2003)
podemos apreciar como el niño Fanis
sumergido en la nostalgia busca en la
cocina la forma de reconstruir su casa, recorrer el camino para llegar a Constantinopla, de donde fue
deportado a los 7 años.
En tres tiempos Fanis narra
parte de la historia de su vida, que es la historia de turcos y griegos
determinados por la condición obligada de extranjeros en ambas naciones. Como aperitivo Fanis nos muestra su infancia en Constantinopla, donde la relación con su abuelo Vassilis
determina su vida. Fanis conoce el mundo desde la tienda de especias del
abuelo, capaz de explicar el universo a través de la canela, la pimienta o la sal e identificar el peligro, sólo con el
aroma a especia de sus clientes.
El abuelo Vassilis siembra en
su nieto una relación de amor por la cocina como el alimento fundamental para
la vida. Le muestra cómo la pimienta se
asemeja al Sol porque es clara, caliente y picante; la canela al planeta Venus
porque es dulce y amarga como las mujeres, y la sal equitativa a la Tierra,
donde hay vida humana, sabores diversos y precisamente es la sal el elemento
fundamental para proporcionar gusto, equilibrio y sabor, aún cuando no se
encuentre a simple vista. La sal, aún invisible, define y enriquece el plato,
como el amor.
Fanis observa la vida desde la
tienda de su abuelo, allí pasa gran parte de su niñez, conoce el amor, a su
amiga turca Saime, para quien cocina a cambio de su baile y también conoce el
peligro representado en los diplomáticos que conducen las relaciones entre
Grecia y Turquía. Desde su niñez el mundo
de este niño lo determina el ajo, las berenjenas, las hojas de parra, las
albóndigas, todos aquellos alimentos que cobran fuerza y sabor en función de las especias añadidas,
presentadas por su abuelo. Todo marcha
bien hasta que el timbre de la puerta de su casa anuncia la llegada de
funcionarios de migración con la noticia de que serán deportados a Grecia.
Así, Fanis y su familia deben salir de
Constantinopla, expulsados por los turcos por ser griegos y vivir en Grecia señalados como turcos. Allí
comienza el plato principal de su vida, y es en Grecia donde empieza a hablar un idioma en el que no se
reconoce, idolatrar héroes a quienes no admira y construir una personalidad
sobre la base de referentes desconocidos. En medio de esa realidad recurre al
amor de su abuelo y de Saime expresado en la cocina como forma de encontrar su
hogar.
Este hecho que lo salva,
también lo condena ante los padres que necesitados de ser admitidos en la
sociedad griega que los recibe tratándolos como extranjeros pasan de disfrutar
el talento gastronómico de su hijo de 7 años, para escuchar los prejuicios de
una sociedad que vincula masculinidad con violencia y milicia como elemento
fundamental. Sus padres comienzan a escuchar los consejos y Fanis debe incursionar
en el mundo de los scout y de la milicia, sin perder su talento, el amor por la
cocina ni la nostalgia por Saime. Fanis crece, se hace cocinero, astrónomo. Sobrevive en
Grecia, colocando sabor a la vida muchos, olvidando quizás aderezar la suya
propia. Confía en la llegada de su abuelo que promete visitarlos en varias
oportunidades pero nunca llega. Crece como un extranjero que se refugia en el
aroma que evoca su ciudad de origen.
Como Postre vemos a Fannis ya
hecho hombre, gastrónomo y astrónomo. Prepara un rencuentro con su abuelo que a
través de un viejo amigo anuncia su llegada a Grecia. Sin embargo, tampoco
llega, esta vez porque debe ser hospitalizado por estar enfermo de gravedad. Es por ello que regresa
a Constantinopla y se reencuentra con él, quien pese a estar inconsciente con el mínimo movimiento de su mano derecha
evoca las especias fundamentales para la vida.
El abuelo muere y en el
funeral Fanis también se reencuentra con
el amor de su vida Saime, quien está casada con un militar y tiene una hija. Pese a la ilusión, la
nostalgia y el deseo de retomar una vieja historia de amor interrumpido, ella decide continuar con su esposo e hija.
Fanis se asume solitario. Se
enfrenta al dolor de la pérdida y vuelve al punto de origen, recibe al mundo de
especias y amor que un día fue la base para comenzar toda historia que implique
vida humana, donde lo oculto es quizá lo más sabroso. El amor de su abuelo fue
la sal de su vida, lo salvó, lo mantuvo
firme ante la realidad que le tocó vivir. Sin estar presente, estuvo con
él y determinó su existencia. Definitivamente, la sal de la vida es
un canto al amor, una sabrosa invitación a atrever a amarnos, donde la cocina
es base fundamental de vida.
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